LECTURAS - Flipbook - Page 94
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Incluso S. Freud- cuando residía en Paris ampliando su ilustración en la
psiquiatría- apuntó en repetidas cartas a su novia la admiración por la
joven actriz.
En los ochenta recorrió Europa desde Londres a Leningrado.
El francés no siempre fue comprensible para múltiples audiencias, pero su
voz y su inquieto perfil encendieron sin treguas la admiración y los
aplausos.
Para sorpresa de no pocos inició entonces el primero de sus múltiples
tránsitos por el mundo desde Estados Unidos a México y Argentina sin
prescindir de Australia.
Incursiones atrevidas y sin precedentes considerando los lentos medios de
transporte de aquellos tiempos.
Cabe apuntar que el emperador Pedro II la recibió en Brasil y allí conmovió
a un afrancesado público. Como prueba de su admiración le obsequió a
Sara un diamante que pronto interesó a algún ladrón.
En una de sus actuaciones resbaló y cayó de rodillas, un infeliz accidente
que en el andar de los años obligará la amputación de su pierna derecha.
No sólo el teatro fue su inesquivable obsesión. También la pintura y la
escultura, dominios en los que dejó testimonio de su singular figura y de
los múltiples personajes que interpretaba.
Al despuntar el nuevo siglo resolvió levantar su propio teatro en el centro
de Paris.
En este marco exigió a las damas quitarse el sombrero en la sala para no
estropear la vista de los que se sentaban detrás de ellas, y prescindió de
los molestos claqueros tradicionalmente empleados para encender el
aplauso del público.
Hábitos y artificios que le irritaban.