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En el andar del tiempo, ya sea para abreviar sus labores como madre o ya
para reducir las penurias como judía, Judith resolvió que el bautismo y el
ingreso a un convento abrirían un tranquilo camino a ella y a su hija.
Entonces la hizo bautizar en su temprana adolescencia para ingresar a un
convento.
Sin embargo, uno de sus amantes prefirió facilitar a Sarah otra opción. Le
condujo a la música y al juego teatral que a la sazón matizaban el ocio de
la nobleza y de la burguesía parisinas.
En estas circunstancias y en el paso de los años Sarah empezó a
interpretar modestos papeles en obras de Dumas y de Racine en el teatro
Odeón sin distinguible resultado.
Más tarde peregrinó por diversas capitales europeas e intimó con casuales
amantes apegada tal vez al caprichoso ejemplo de su madre.
Con uno de ellos embarazó y dio a luz a Maurice quien en el paso del
tiempo será su agente teatral y un empedernido devoto de los juegos de
azar.
Después de diversas aventuras Sarah se reincorpora- esta vez con superior
acierto- al teatro interpretando personajes inventados por A. Dumas y J.
Racine. Y cuando se veía económicamente apremiada apelaba a su abuelo,
un judío ortodoxo que residía en Holanda.
Sus peculiares interpretaciones interesaron y conmovieron a múltiples
audiencias.
Frisando los treinta años se insertó en la Comedie Francaise, entonces el
escenario más importante de Europa. Sus actuaciones en obras como
el Figaro de Beaumarche, Margarit en las Camelias de Dumas y el Hamlet de
Shakespeare suscitaron la admiración y el aplauso de amplias audiencias.