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En los días siguientes ambos interpretaron melodías en todos los frentes a
los cuales llegó el ejército israelí. La admiración y el aplauso fueron
entonces unánimes.
Un viraje se producirá cuando Daniel empieza a manifestar personal y
pública inquietud por la persistente y celosa ocupación israelí de los
territorios palestinos.
Esta tendencia constituía a su juicio no sólo un acto opresivo contra un
pueblo que en justicia aspira a la libertad y a una presencia digna en el
mundo; implica además un hecho que, en su opinión, pervierte y afea tanto
al judaísmo como filosofía y a Israel como democracia.
Desde entonces este celebrado pianista conoce en el país que eligieron
sus padres no pocos gestos hostiles al lado de repetidos aplausos.
Ambivalencias que se acentuaron cuando Barenboim quiso interpretar en
Israel la música de Richard Wagner.
Puntualmente pensaba que cabe deslindar entre la pulcra belleza de sus
óperas y sus negativas opiniones personales sobre los judíos europeos.
En cualquier caso, no es ni justo ni pertinente culparlo por la adicción que
Hitler revelará tempranamente por el músico alemán o por el apoyo del
dictador nazi a las doctrinas fascistas predicadas por Houston
Chamberlain, el yerno de Wagner que éste ignoró.
Por su talento musical Barenboim mereció el premio que lleva el nombre
de Ricardo Wolf- celebrado científico, filántropo y embajador de Cuba en
Israel durante 12 años- distinción que se otorga a sobresalientes figuras en
las ciencias y en las artes.
Más tarde, y en justa amistad con el orientalista Edward Said, Daniel
multiplicó sus iniciativas para aproximarse a la audiencia palestina con el
propósito de difundir los más altos valores de la democracia y del
judaísmo humanista.